taxi Miércoles, 16 septiembre 2015

La incertidumbre de un taxista al no saber si su pasajero estaba vivo o muerto

Martes, 2:00 am, hace más de 20 años.

Los Cedros De Villa en Chorrillos me parecía un lugar lejano en ese tiempo. Mi pasajero me llevó hasta llegar al mar. Hacía un frió húmedo que se introducía por mi chalina y las bastas de mi pantalón.

Salgo de esa zona y casi faltando dos cuadras para salir a la Av. Huaylas escucho un agudo silbido del otro lado de la pista. Era una anciana mujer con una pañoleta en la cabeza que silbaba como hombre, se agarraba con los dedos el labio inferior para lograrlo.
Aunque un poco desconfiado en creer si era hombre o mujer, doy la vuelta rápidamente y me estaciono al lado de ella en la puerta de su casa.
» Señor, por favor al hospital San Antonio. Mi esposo esta arriba ayúdenos a bajarlo»
Yo acepto subir al segundo piso, siempre desconfiado, pero chamba es chamba. Con tres trancazos llego rápido y veo a dos fortachones muchachos, frustrados y cansados de intentar cargar a su padre, un delgado  anciano de más de ochenta años que se encontraba embalsamado en una sabana sucia. El hombre de barba blanca y rala, con escaso cabello amarillento, me queda mirando como pidiéndome ayuda.
«¡Ya pues, hay que cargarlo!», grite al ver con impotencia el cuadro de los dos veinteañeros más  jóvenes y fuertes que yo.
Tomo con determinación una de las puntas de la sabana, yo diría que hasta con un poco de cólera por ver a tan inútiles sujetos que ven que su padre se muere y no lo pueden levantar para llevarlo a emergencias. Jalo de golpe y una extraña sensación de frió invadió mi espina dorsal. El viejito parecía estar hecho de hierro y el piso de la casa de imán. ¡Vaya! Pesaba una tonelada.
Con mucha dificultad llegamos hasta mi taxi SW y lo acomodamos en la parte de atrás. Por la rigidez del cuerpo, no lo pudimos sentar adelante. Era muy alto.
Subieron la anciana y sus dos hijos. Estos eran idénticos, parecían gemelos.
No recuerdo cuanto tiempo me tomó llegar al hospital de emergencias en Miraflores. Solo recuerdo que aquel hombre me seguía mirando cuando los enfermeros murmuraban subiéndolo a la camilla «Ya fue».
muertovivo
Hoy es martes, el frío fue intenso en la madrugada. Saliendo de Los Cedros de Villa, casi a dos cuadras de Huaylas, un agudo silbido me hizo voltear la mirada para el otro lado de la pista. Una anciana con una pañoleta en la cabeza me llamaba desesperada. ¿Ustedes irían? Claro que no, pero yo soy taxista y chamba es chamba.